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En el centenario de Auden
Nota y traducción: LUIS MIGUEL AGUILAR y ANTONIO SABORIT
Una de las cosas más disfrutables
en la poesía de W.H. Auden (1907-1973) está en la posibilidad de seguir
en ella el tema del amor, o que diga: el tema del amor como paradoja a
la hora de llevarlo a la poesía. Auden escribió muy buenos poemas de
amor como “Lullaby”, “Lunar Beauty”, “The More Loving One”, incluso
algunos en clave de balada popular como “One Evening”, o el
poema-canción que empieza “Paren los relojes, corten el teléfono” y que
se volvió famoso en una época porque fue incluido en la película Cuatro
bodas y un funeral. Pero Auden escribió muy buenas cosas sobre amor, y
sobre el amor como una antiexaltación poética, todas ellas con un
notable sentido común. Mencionemos una de la que Auden estaba
particularmente orgulloso. A fines de los novecientos cincuenta hubo una
especie de rebelión en la crujía de prostitutas de una cárcel de Nueva
York. Sólo las dejaban bañarse una vez a la semana. En uno de los
alborotos, una de ellas sacó un ejemplar atrasado de The New Yorker que
por casualidad o por envío de “damas voluntarias” había ido a dar ahí
con otras revistas de segundo uso. “Es como dice este señor”, arengó
ella y apuntó con su índice en la página abierta donde venía el poema de
Auden titulado “Lo primero es lo primero”: “Miles han vivido sin amor;
nadie sin agua entubada”.
Poesía y verdad. Un poema no escrito participa ampliamente de, podríamos
llamarles, estos audenismos en materia de amor, de “verdad” y verdad, y
de la poesía como su vehículo. No es, Dios nos libre, una “prosa
poética”, sino una serie de incidencias poéticas en prosa asociables
también, según lo ha señalado John Fuller (W.H. Auden. A Commentary,
Princeton University Press, 1998), con el Auden de prosa económica y
aforística en la vena de sus propios ensayos como El prolífico y el
devorador, o digamos los textos “Leer” y “Escribir” incluídos en La mano
del teñidor.
Nuestra versión se publicó por vez primera en el suplemento La cultura
en México de la revista Siempre! (18 de julio de 1978, núm. 905).
Entonces no se había traducido al español Poesía y verdad. Esta es una
versión corregida. No hemos rehecho el texto pero sí lo hemos revisado
minuciosamente. Para lo de siempre: no obstruir un texto que en su
original fluye como una de las prosas más claras y entretenidas de toda
la lengua inglesa.
LMA y AS
.
Poesía y verdad. Un poema no escrito 1
por W.H. AUDEN
I
Esperando tu llegada mañana, me descubro pensando que Te amo: luego
aparece la idea: me gustaría escribir un poema expresando exactamente lo
que quiero decir cuando pienso estas palabras.
II
A cualquier poema escrito por otra persona lo primero que le pido es
que sea bueno —quien lo haya escrito es de importancia secundaria; a
cualquier poema escrito por mí, lo primero que le exijo es que sea
genuino, reconocible, al igual que mi propia caligrafía, como un poema
escrito, para bien o para mal, por mí. (Cuando se trata de sus propios
poemas, las preferencias del poeta y las de sus lectores a menudo se
enciman pero pocas veces coinciden.)
III
Pero este poema que ahora me gustaría escribir no tan sólo debería
ser bueno y genuino: si quiero que me satisfaga, también debe ser
verdadero.
Leí un poema de alguien en el que lacrimosamente se despide de su
ser amado: el poema es bueno (me conmueve al igual que otros buenos
poemas) y es genuino —reconozco la “caligrafía” del poeta. Después me
entero por una biografía que, por la época en que lo escribió, el poeta
estaba harto de la mujer pero fingió llorar para no herir sentimientos y
evitar una escena. ¿Afecta esta información mi opinión sobre el poema?
En lo más mínimo: nunca conocí personalmente al poeta y su vida privada
no es de mi incumbencia. ¿Habría afectado mi opinión el que yo mismo
hubiera escrito ese poema? Así lo espero.
IV
No sería suficiente que yo creyera que lo que yo había escrito era
verdadero: para satisfacerme, la verdad de este poema tiene que ser
evidente por sí misma. Tendría que estar escrito, por ejemplo, de tal
forma que ningún lector pudiera leer “Te amo” por Te amo.
V
Si yo fuera un compositor, creo que podría producir una pieza
musical que expresara a un oyente lo que quiero decir cuando pienso la
palabra amor, pero me sería imposible componerla de tal modo que ese
oyente supiera que este amor lo sentía por Ti (no por Dios, o mi madre, o
el sistema decimal). El lenguaje de la música es, digamos,
intransitivo, y esta misma intransitividad es precisamente la que priva
de sentido a un oyente que pregunta: “¿De veras cree el compositor lo
que dice, o sólo está fingiendo?”.
VI
Si yo fuera un pintor, creo que podría producir un retrato que
expresara a un espectador lo que quiero decir cuando pienso la palabra
Tú (alguien con hermosura, adorable, etcétera), pero me sería imposible
pintarlo de tal forma que ese espectador supiera que Yo te amaba. El
lenguaje de la pintura carece, digamos, de la Voz Activa, y es
precisamente esta misma objetividad lo que priva de sentido a un
espectador que pregunta: “¿Realmente es éste un retrato de N (no de un
joven, un juez o una locomotora disfrazada)?”.
VII
El “simbolista” pretende hacer una poesía intransitiva como la
música, que no puede ir más allá de la reflexión narcisista: “Me amo a
mí mismo”; la pretensión de hacer una poesía tan objetiva como una
pintura, no puede llevar más que a una simple comparación. “A es como
B”, “C es como D”, “E es como F”... Ningún poema “imagista” puede ser
muy largo.
VIII
Como lenguaje artístico, el Discurso tiene muchas ventajas: tres
personas, tres tiempos —la Música y la Pintura sólo cuentan con el
tiempo presente—, la voz activa y la voz pasiva; pero tiene un serio
defecto: carece de la Atmósfera del Indicativo. Todas sus aseveraciones
están en el subjuntivo y son posiblemente verdaderas sólo hasta que se
verifican (lo que no siempre es posible) por evidencias no-verbales.
IX
Primero escribo Nací en York; después, Nací en Nueva York: para
descubrir cuál frase es cierta y cuál es falsa no sirve de nada estudiar
mi caligrafía.
X
Puedo imaginar un falsificador lo suficientemente hábil como para
imitar con tal exactitud la firma de otra persona que hasta un experto
juraría ante una corte que era genuina, pero no puedo imaginar a un
falsificador lo suficientemente hábil que pudiera imitar su propia firma
con la imprecisión necesaria para hacer que un experto jurara que es
una falsificación. (¿O será que sencillamente no me puedo imaginar las
circunstancias en las que alguien deseara hacer una cosa semejante?)
XI
En los viejos tiempos, normalmente un poeta escribía en tercera
persona, y su tema acostumbrado eran las hazañas de otros. El uso de la
primera persona lo reservaba para invocar a la Musa o para recordarle a
su Príncipe que era día de paga; incluso entonces, no hablaba como él
mismo, sino instalado en su capacidad profesional como bardo.
XII
En la medida en que un poeta hable de las hazañas de otros, su poema
puede ser malo pero no puede ser falso, incluso si las hazañas son
legendarias y no hechos históricos. Cuando en los viejos tiempos un
poeta decía cómo un jovenzuelo de cincuenta kilos retaba a un combate a
muerte a un dragón de veinte toneladas, o cómo un malvado robaba el
caballo del Obispo, se metía con la mujer del Gran Visir y escapaba de
la cárcel disfrazado de lavandera, nunca se le ocurrió pensar a alguien
en su público: “Bueno, sus versos pueden estar muy bien o ser
divertidos, ¿pero el guerrero era tan valiente o el villano tan astuto
como él dice?”: las hazañas que describía le daban sentido común a su
secuencia silábica.
XIII
En la medida en que hable de las hazañas de otros, un poeta no tiene
dificultad en decidir qué estilo de discurso adoptar: una hazaña
heroica requiere de un estilo “elevado”, un hazaña de astucia cómica de
un estilo “bajo”, etcétera.
Pero supongamos que Homero no hubiera existido, de tal forma que
Héctor y Aquiles se hubieran visto obligados a escribir La Ilíada en
primera persona. Si lo que ellos hubieran escrito fuera en todos los
otros aspectos el poema que conocemos, ¿no deberíamos pensar: “Los
héroes genuinos no hablan de sus hazañas con esta grandeza. Estos tipos
deben de estar mintiendo?”. Pero si no es propio de un héroe hablar de
sus propias hazañas en un tono muy elevado, ¿en qué estilo ese héroe
podría hablar de ellos apropiadamente? ¿En un estilo cómico? ¿No
sospecharíamos entonces una falsa modestia de su parte?
XIV
El poeta dramático hace hablar a sus personajes en primera persona
y, muy a menudo, en un tono elevado. ¿Por qué esto no nos incomoda? (¿O
sí?) ¿Es porque sabemos que el dramaturgo que escribió sus parlamentos
no estaba hablando sobre sí mismo, y que los actores que los repiten
sólo están actuando? ¿Pueden las comillas volver aceptable lo que sin
ellas resultaría incómodo?
XV
Resulta fácil para un poeta hablar sinceramente de guerreros
valerosos y canallas astutos porque el coraje y la astucia poseen sus
propios obras por medio de las cuales manifiestan su carácter. ¿Pero
cómo va a hablar ese poeta sinceramente de amantes? El amor no cuenta
con una hazaña que le sea propia: tiene que pedir prestado un acto de
gentileza que, en sí mismo, no es una hazaña sino una forma de conducta
—es decir, no es una obra humana. Uno puede, si así lo desea, llamarlo
obra de Afrodita o de la Frau Minne o de la Bella Dama.
XVI
Una hazaña atribuida a Hércules era el de haber “hecho el amor” con
cincuenta vírgenes en el curso de una sola noche: en estas condiciones
se podría decir que Hércules era un favorito de Afrodita, pero no se le
llamaría un amante.
XVII
¿Quién es Tristán? ¿Quién don Giovanni? Ningún fisgón podría decirlo.
XVIII
Resulta fácil para un poeta alabar las benevolentes obras de
Afrodita (llenando su canción de encantadores retratos como el del
ritual de la corte del Gran Colimbo Crestado o el de la curiosa conducta
del molusco macho, y después todas las alegres ninfas y corderos
amándose locamente mientras se levantan y caen imperios), siempre y
cuando ese poeta piense que ella rige las vidas de las criaturas (e
incluso de los seres humanos) en general. ¿Pero cuál es el papel de
Afrodita cuando se trata de un amor entre dos personas con nombres y que
hablan en primera y segunda persona? Cuando yo te digo Te amo, admito,
naturalmente, que le debo a Afrodita la posibilidad general de amar,
pero el que Yo te deba amar a ti es, lo exijo, mi decisión —o Tú
mandato— no la de ella. O eso, al menos, seguiré exigiéndolo cada vez
que me encuentre felizmente enamorado: cuando me encuentre infelizmente
enamorado (la razón, la conciencia, mis amigos me advierten que mi amor
amenaza a mi salud, mis bolsillos y mi salvación espiritual; sin embargo
yo insisto en la unión), entonces bien puedo responsabilizar a Afrodita
y considerarme su víctima indefensa. Así, cuando un poeta desea hablar
del papel de Afrodita en una relación personal, la ve por lo común como
una diosa malvada: no es de felices matrimonios de lo que habla, sino de
amores trágicos y mutuamente destructivos.
XIX
El amante infeliz que se suicida no se mata por amor sino a pesar
del amor: para demostrarle a Afrodita que todavía es un hombre libre,
capaz de una acción humana, no su esclavo, reducido a una simple
conducta.
XX
Sin el amor personal el impulso afectivo no puede ser una hazaña,
sino un acontecimiento social. Un poeta al que comisionan para escribir
un epitalamio, debe saber los nombres y el estatus social de la novia y
del desposado antes de poder decidir el estilo de la dicción y la
imaginería apropiada a la circunstancia. (¿Es para una boda de nobles o
de campesinos?) Pero el poeta jamás preguntará: “¿Están enamorados los
novios?” —porque eso es irrelevante para un acontecimiento social.
Podrán llegarle rumores de que el príncipe y la princesa no se soportan
pero que se tienen que casar por motivos dinásticos, o que la unión de
Juan y Juana es realmente la unión de dos cerdos de la piara, pero tal
chismerío no influirá en lo que él escriba. Es por esto que se puede
encargar un epitalamio.
XXI
El poeta nos habla de hazañas heroicas emprendidas por amor: el
amante va hasta el fin del mundo para traer el Agua de la Vida, mata a
ogros y dragones, escala una montaña de cristal, etcétera, y su
recompensa final son la mano y el corazón de la mujer a la que ama (que
por lo general es una princesa). Pero todo esto sucede en el reino de lo
social, no en el terreno personal. Viene muy a tono que los padres de
la muchacha (o la opinión pública) digan: “Tales y cuales virtudes son
esenciales en un yerno (o en un rey)”, e insistan en que cada aspirante
que se someta a cualquier prueba, ya sea escalar una montaña de cristal o
traducir un pasaje oscuro de Tucídides, demostrará si posee tal
cualidad o no: y el aspirante que pase la prueba exitosamente tiene el
derecho de reclamarles el consentimiento de la boda. Pero es
inconcebible cualquier prueba que haga decir a la muchacha: “No podría
amar a cualquier aspirante que fallara, pero amaré a aquel, quien quiera
que sea, que la pase”; tampoco es concebible alguna hazaña que le dé al
aspirante el derecho de demandar el amor de su amada.
Supongamos, también, que ella dude de la calidad afectiva del héroe
(¿él sólo va detrás de su cuerpo o de su dinero?), entonces ninguna
hazaña de él, por heroica que sea, puede sacarla de la duda; en relación
con ella personalmente, todo lo que eso puede demostrar es que el
objetivo del héroe, noble o ruin, es lo suficientemente fuerte para
someterlo a la Prueba.
XXII
Darle un regalo a alguien es un acto de generosidad, y el poeta
épico invierte casi tanto tiempo en describir los obsequios que sus
héroes intercambian y las fiestas que ofrecen, como el que gastan
describiendo las acciones en una batalla, porque se espera que el héroe
épico sea tan generoso como valiente. El grado de generosidad lo
certifica el valor en el mercado del regalo. El poeta sólo tiene que
decirnos el tamaño de los rubíes y de las esmeraldas incrustadas en la
funda de la espada o el número de ovejas y de bueyes que se consumieron
en la fiesta. ¿Pero cómo tendrá que hablar un poeta convincentemente de
regalos hechos por amor (“te daré las llaves del Cielo”, etcétera)? El
valor mercantil de un regalo personal es irrelevante. El amante trata de
escoger, por lo que sabe de los gustos de la persona amada, lo que él
cree que a ella más le gustaría recibir en ese momento (y recibirlo de
él): podría ser un cadillac, pero igual podría ser una postal cómica. Si
él es un seductor en ciernes, con ganas de comprar, o ella una puta en
ciernes, con ganas de vender, entonces, por supuesto, el valor mercantil
es sumamente relevante. (No de modo invariable: su presunta víctima
puede ser una muchacha muy rica cuyo único interés fuera el de
coleccionar postales cómicas.)
XXIII
El regalo anónimo es una obra de caridad, sólo que nosotros estamos
hablando de eros, no de ágape. Es tan esencial al amor erótico el deseo
de exponerse a sí mismo ante la otra persona, como es esencial a la
caridad el deseo de no exhibirse ante nadie. En ciertas circunstancias,
el amante puede intentar ocultar su amor —porque está jorobado, porque
la muchacha es su propia hermana, etcétera— pero no es en su condición
de amante como trata de esconderlo; y si en ese caso él le enviara
regalos anónimos, ¿no delataría esto una esperanza, consciente o
inconsciente, de despertar su curiosidad hasta el punto en que ella
diera los pasos necesarios para descubrir la identidad del remitente?
XXIV
Mientras su romance con Crésida iba bien, Troilo se volvió un
guerrero más feroz que antes —“Exceptuando a Héctor, era el hombre más
arrojado de todos”—, pero, al mismo tiempo, el cazador más caballeroso
—“Dejaba escapar a las bestias pequeñas”. Y es verdad que a veces
decimos de algún conocido que está enamorado: “Esta vez tiene que ser
cierto. Antes solía ser muy déspota con todos, pero ahora, desde que
encontró a N, nunca suelta expresiones descorteses”. Pero es imposible
imaginar a un amante diciendo: “Debe ser cierto que amo a N porque ahora
soy mucho más amable que antes de que nos conociéramos”. (Quizá sólo
sea posible imaginarlo diciendo: “Creo que realmente N me ama porque me
ha vuelto mucho más tratable”.)
XXV
En cualquier caso, este poema que me gustaría escribir no tiene nada
que ver con la proposición “Él la ama” (en donde Él y Ella podrían ser
personas ficticias cuyos caracteres e historia el poeta es libre de
idealizar a su gusto), sino con mi proposición Te amo —en donde Yo y Tú
son personas cuya existencia e historias podrían ser verificadas por un
detective privado.
XXVI
Es una convención gramatical de la lengua inglesa que el hablante se
instale a sí mismo en el “Yo”, e instale en el “Tú” a la persona a
quien se está dirigiendo; pero hay muchas situaciones en las cuales una
situación distinta serviría igual de bien. Podría ser la regla, por
ejemplo, que, al conversar cortésmente con extraños o al dirigirse a los
servidores públicos, uno usara la tercera persona: “Al señor Smith le
gustan los gatos, ¿también a la señora Jones?”; “¿Podría decirle el
honorable conductor al humilde pasajero cuándo sale este tren?”: Hay
muchas situaciones, digamos, en donde el uso de los pronombres “Yo” y
“Tú” no va acompañado por el sentimiento-del-Yo o por el
sentimiento-del-Tú.
XXVII
El sentimiento-del-Yo: un sentimiento de-responsabilidad-por. (No
puede acompañar a un verbo en la voz pasiva.) Me desperté en la mañana
con un violento dolor de cabeza y grité: ¡Ouch! Este grito es
involuntario y está al margen del sentimiento-del-Yo. Entonces pienso:
“Estoy crudo”; cierto sentimiento-del-Yo acompaña a esta idea —es mío el
acto de localizar e identificar el dolor de cabeza— pero tal
sentimiento es muy ligero. Luego pienso: “Bebí demasiado anoche”. En
este caso el sentimiento-del-Yo es mucho más fuerte: Debí tomar menos.
Un dolor de cabeza se ha convertido en mi cruda, un incidente en mi
historia personal. (No puedo identificar mi cruda señalándome la cabeza y
gimiendo; lo que vuelve mía la cruda es mi acción pasada y no puedo
señalarme a mí mismo el día de ayer.)
XXVIII
El sentimiento-del-Tú: un sentimiento de atribuir-responsabilidad-a.
Si, cuando pienso en Tu hermosura, a este pensamiento lo acompaña el
sentimiento-del-Tú, me refiero a que te hago responsable, cuando menos
en parte, de tu apariencia física; y ésta no se debe simplemente a una
afortunada combinación genética.
XXIX
Algo común a los dos sentimientos, del-Yo y del-Tú: un sentimiento
de estar-en-la-mitad-de-una-historia. Yo no puedo pensar Te amo sin
incluir los pensamientos Ya te he amado (así sólo sea por un momento) y
Te seguiré amando (así sea sólo por un momento). Si, por tanto, mi
intención —como me gustaría que lo fuera en este poema— es expresar lo
que quiero decir cuando pienso esto, entonces me vuelvo un historiador,
enfrentado con los problemas de un historiador. De los documentos a mi
disposición (memorias de mí mismo, de Ti, de lo que he oído sobre el
tema del amor), es probable que algunos hayan sido trastocados, que
algunos otros sean incluso completas falsificaciones; ahí donde carezco
de documentos, no puedo decir si tal carencia se debe a que nunca
existieron o si se han extraviado o si están escondidos, y, si es así,
de ser recobrables no marcarían ninguna diferencia para mi cuadro
histórico. Incluso aunque me fuera dada la memoria total, seguiría
enfrentándome con la tarea de interpretarlos y de tasar su relativa
importancia.
XXX
Los autobiógrafos son como otros historiadores: algunos son
liberales, otros conservadores, algunos son
Geistesgeschichtswissenschaftler,2 algunos son folletinistas, etcétera.
(Me gustaría creer que yo pienso Te amo más como Tocqueville lo habría
hecho y menos como De Maistre.)
XXXI
El problema más difícil en el conocimiento personal, ya sea de uno
mismo o de otros, es el problema de intuir cuándo hay que pensar como
historiador y cuándo como antropólogo. (Es relativamente fácil intuir
cuándo uno debería pensar como médico.)
XXXII
¿Quién soy yo? (Was ist denn eigentlich mit mir geschehen?)3 Muchas
respuestas son plausibles, pero una definitiva sólo puede haberla en la
misma medida en que pudiera existir una historia definitiva de la Guerra
de Treinta Años.
XXXIII
Ay, que mi respuesta a la pregunta ¿Quién eres Tú? y tu respuesta a
la pregunta ¿Quién soy Yo? sean las mismas, es tan imposible como que
cualquiera de ellas resultara exacta y completamente cierta. Pero si no
son las mismas, y ninguna resulta muy cierta, entonces la afirmación Te
amo no puede ser muy cierta tampoco.
XXXIV
“Te amo; Je t’aime; Ich liebe dich; Io t’amo... no hay lengua en la
tierra dentro de la cual esta frase no pueda ser traducida exactamente
bajo la condición de que, por lo que se quiere decir con ella, el habla
no es necesaria: en lugar de abrir la boca, el que habla muy bien podría
señalarse con un dedo en primer término, luego señalar al “Tú” y
enseguida dibujar un gesto que imite el acto de “hacer el amor”.
Bajo estas condiciones la frase se encuentra al margen de ambos
sentimientos: el-Yo y el-Tú: “Yo” significa “este” miembro de la raza
humana (no mi compañero de trago ni el cantinero), “Tú” significa “ese”
miembro de la raza humana (no el inválido que está a tu izquierda, el
niño de tu derecha o la vieja arrugada que está detrás de ti), y “amor”
significa de “cuál” necesidad física soy la víctima pasiva en este
momento (y no estoy pidiendo que me indiquen el camino hacia un buen
restaurante o hacia el WC más cercano).
XXXV
Si fuéramos unos completos desconocidos (de modo que por ambas
partes quedara excluida la posibilidad del sentimiento-del-Tú) y,
abordándote en la calle, yo dijera Te amo, tú no sólo entenderías
exactamente lo que estaba diciendo sino que tampoco dudarías que eso
quise decir; nunca pensarías: “¿Este hombre se está engañando a sí mismo
o me está mintiendo?” (Por supuesto, tal vez caerías en un error: Yo
podría estarte abordando para ganar una apuesta o para provocar un
ataque de celos en alguien más.)
Pero no somos desconocidos y no es eso lo que quiero decir —o no es todo lo que quiero decir.
Si de algún modo lo que quiero decir —y cualquier cosa que esto
signifique— puede ser expresado, yo no podría transmitirlo igual de bien
usando gestos que haciendo lo mismo con palabras (por tal motivo deseo
escribir este poema) y, dondequiera que el lenguaje es necesario, la
mentira y el autoengaño son igualmente imposibles.
XXXVI
Puedo fingir ante otros que no tengo hambre cuando la tengo (si me
siento avergonzado de admitir que me resulta incosteable una comida
decente) o que tengo hambre cuando no la tengo (ya que heriría los
sentimientos de mi anfitriona si no como). Pero, ¿tengo hambre o no?
¿Qué tanta hambre? Es difícil concebir que tengan lugar la incertidumbre
y el autoengaño en lo que se refiere a la respuesta verdadera.
XXXVII
Tengo hambre; Tengo mucha hambre; Me estoy muriendo de hambre: es
claro que estoy hablando de tres grados del mismo apetito. Te amo un
poco; Te amo muchísimo; Te amo locamente: ¿Estoy hablando aún de
distintos grados? ¿O de distintas clases de amor?
XXXVIII
¿Te amo de veras? Podría responder No con la certeza de que estaba
diciendo la verdad en la medida en que tú fueras alguien con tan poco
interés para mí que nunca se me habría ocurrido hacerme a mí mismo la
pregunta; pero no hay ninguna condición que me permitiera responder Sí
con certeza. De hecho, me inclino a creer que, mientras mis sentimientos
pudieran aproximarse cada vez más al sentimiento que haría del Sí la
respuesta verdadera, me volvería más dubitativo. (Suponiendo que me
preguntaras: “¿Me amas?”, yo estaría dispuesto, creo, a contestar Sí, si
supiera que esto es una mentira.)
XXXIX
¿Puedo imaginar que amo cuando, de hecho, no amo? Desde luego que
sí. ¿Puedo imaginar que no odio cuando, de hecho, estoy odiando? Desde
luego que sí. ¿Puedo imaginar que únicamente odio cuando, de hecho, amo y
odio a la vez? Sí, eso también es posible. Pero ¿podría imaginar que
odiaba cuando, de hecho, no estaba odiando? ¿Bajo qué circunstancias
tendría un motivo para engañarme a mí mismo en relación con esto?
XL
Amor Romántico: No necesito haberlo experimentado por mi cuenta para
dar una descripción justa y precisa de él, en la medida en que, por
siglos, esta noción ha sido una de las principales obsesiones de la
Cultura Occidental. ¿Podría imaginar su noción contraria: el Odio
Romántico? ¿Cuáles serían sus convenciones? ¿Su vocabulario? ¿Cómo sería
una cultura en donde este concepto fuera una obsesión tan poderosa como
el Amor Romántico lo es en la nuestra? Supongamos que yo lo
experimentara, ¿debería tener la capacidad para reconocer en tal
experiencia al Odio Romántico?
XLI
El odio tiende a excluir de la conciencia cualquier pensamiento que
no sea el de la Persona Odiada; pero el amor tiende a expandir la
conciencia; el pensamiento de la Persona Amada actúa como un imán, que
se rodea a sí mismo de otros pensamientos. ¿Es por esta razón que un
poema de amor feliz es rara vez tan convincente como uno de amor
infeliz: porque el amante feliz parece estarse olvidando con mucha
frecuencia de su Persona Amada para pensar en el universo?
XLII
De los muchos (tantos, que suman demasiados) poemas de amor que he
leído, poemas escritos en primera persona, los más convincentes se daban
siempre en el fa-la-la de una sensualidad bien naturalizada que no
tenía pretensiones de amor serio, o en los aullidos de dolor porque la
persona amada había muerto y ya estaba imposibilitada para amar, o en
los gruñidos desaprobatorios porque ella amaba a otro o tan sólo se
amaba a sí misma; los menos convincentes eran aquellos en los que el
poeta sostenía que era sincero, pero a la vez no tenía de qué quejarse.
XLIII
En la batalla, un soldado que se sepa bien a su Homero puede tomar
las hazañas de Héctor y Aquiles (que posiblemente sean ficticias) como
un modelo e inspirarse con eso para pelear con bravura él mismo. Pero el
posible amante que conozca bien su Petrarca no puede inspirarse en eso
para amar: si toma los sentimientos expresados por Petrarca (quien fue
ciertamente una persona real) como un modelo e intenta imitarlos, en ese
momento deja de ser un amante y se vuelve un actor que representa el
papel del poeta Petrarca.
XLIV
Muchos poetas han intentado describir la experiencia del Amor
Romántico distinguiéndolo del deseo vulgar. (Repentinamente avergonzado,
me gustaría decir; consciente de haber soltado disparates, como un
chango parlante o un mozo de cuadra que aún no se ha bañado, ante una
Presencia Soberana, con la lengua trabada, temblando, temeroso de
permanecer ahí pero renuente a partir porque éste es, entre todos los
lugares, el mejor en el que se puede estar...) ¿Pero no ha tenido uno ya
experiencias similares (de un encuentro radiante) en contextos
no-humanos? (En un recuerdo me veo a mí mismo llegando inesperadamente
ante una desdeñosa fundidora de acero en las montañas de Harz.) ¿Qué es
lo que hace la diferencia en el contexto humano? ¿El vulgar deseo?
XLV
Me gustaría creer que tiene lugar una evidencia amorosa cuando puedo
decir verdaderamente: El Deseo, incluso en sus rabietas más salvajes,
no puede persuadirme de que eso es amor ni impedirme desear que lo
fuera.
XLVI
“Mi amor”, dice el poeta, “es más maravilloso, más hermoso, más
deseable que...” —aquí sigue una lista de objetos naturales admirables y
de artefactos humanos— (más maravilloso, me gustaría decir, que
Swaladele, o la costa noroeste de Islandia, más hermoso que un tejón, un
caballo de mar o una turbina fabricada por Gilkes & Co. de Kendal,
más deseable que pan tostado en el desayuno o que un chorro sin fin de
agua caliente...).
¿Qué entregan tales comparaciones? No una descripción, ciertamente,
con la cual Tú pudieras distinguirte entre los cientos de posibles
rivales que respondieran a una condición similar.
XLVII
“La persona que adoro tiene más alma que otras gentes...” (Más
divertida, me gustaría decir.) Para ser preciso, ¿acaso el poeta no
debió escribir... “que otras gentes con las que me he encontrado hasta
hace poco”?
XLVIII
“Te amaré siempre”, jura el poeta. A mí también me parece fácil
jurar esto. Te amaré a las 4:15 PM del martes entrante: ¿sigue igual de
fácil puesto así?
XLIX
“Te amaré pase lo que pase, aun cuando...” —luego viene una lista de
milagros catastróficos— (aun cuando, me gustaría decir, todas las
piedras de Baalbek se quiebren en trozos exactos, los cuervos de Repton
murmuren funestas profecías en griego y a su vez el Windrush4 allá abajo
deslice imprecaciones en hebreo, el Tiempo enloquezca y que París y
Viena vuelvan a estar fabulosamente alumbradas con gas...)
¿De veras creo que sea posible que estos acontecimientos ocurran
durante el tiempo en que yo viva? Si no es así, ¿qué es lo que acabo de
prometer? Te amaré pase lo que pase, aun cuando engordes nueve kilos o
te aflija un bigote: ¿me atrevería a prometer eso?
L
Este poema que yo pensaba escribir era para expresar exactamente lo
que quiero decir cuando pienso las palabras Te amo, pero no puedo saber
con exactitud qué es lo que quiero decir; su función era lograr una
verdad evidente en sí misma, pero las palabras no se pueden verificar
por sí mismas. De modo que este poema permanecerá sin ser escrito. Eso
no importa. Mañana llegarás; si yo estuviera escribiendo una novela en
la que ambos fuéramos personajes, sé con exactitud de qué manera tendría
que recibirte en la estación: adoración en la mirada; en la lengua,
bromas y una amable malicia. ¿Pero quién sabe con exactitud cómo te
saludaré? ¿La Bella Dama? Bueno, esa es una idea. ¿No podría uno
escribir un poema (ligeramente desagradable, tal vez) sobre Ella?
1959
___________________________________
Auden. Circula una edición reciente de su libro Carta de año nuevo (Pre-textos, 2006).
Aguilar. Poeta, ensayista y editor. Entre sus
libros: Antología de poesía popular mexicana y Fábulas de Ovidio, ambos
de Cal y arena.
Saborit. Historiador y ensayista. Recientemente Cal
y arena editó su antología sobre Pedro Castera en la colección Los
Imprescindibles.
Notas de los traductores:
1 El título original de este poema de Auden es
Dichtung und Wahrheit, en alusión más o menos paródica al libro de
Goethe: Poesía y verdad.
2 Geistesgeschichtswissenschaftler: Historiadores del espíritu y de las ciencias humanas.
3 Was ist denn eigentlich mit mir geschehen?: ¿Qué fue, en fin, lo que realmente sucedió?
4 Windrush: Se hizo al mar en los astilleros de Hamburgo en 1930 y
durante la Segunda Guerra Mundial se empleó como transporte de tropas y
hospital; recibió el nombre de Empire Windrush después que el Ministerio
del Transporte la adquirió en 1947. Al año siguiente llevó a Inglaterra
el primer grupo amplio de inmigrantes de las Indias Occidentales.
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W. H. Auden. (Wystan Hugh Auden)
(EEUU, 1907-1973)
Poeta, dramaturgo y crítico literario
norteamericano, considerado por muchos como el poeta más influyente de
la literatura inglesa desde T.S. Eliot. Auden nació en York. Hijo de un
médico, en un principio se interesó por la ciencia, pero pronto centró
todo su entusiasmo en la poesía. En 1925 ingresó en el Christ Church
College de Oxford, donde se convirtió en la pieza central de un grupo de
intelectuales entre los que figuraban Stephen Spender, Christopher
Isherwood, Cecil Day Lewis y Louis MacNeice. Después de concluir sus
estudios, en 1928, fue maestro de escuela en Escocia e Inglaterra por
espacio de cinco años. Durante la década de 1930, Auden formó parte en
Londres de un círculo de prometedores y jóvenes poetas caracterizados
por su marcada tendencia izquierdista.
Su libro Poemas (1930), con el que consolidó su fama literaria,
estaba basado en el hundimiento de la sociedad capitalista inglesa, pero
también mostraba una honda preocupación por los problemas psicológicos.
A continuación escribió tres obras de teatro en colaboración con
Isherwood: El perro bajo la piel (1935), El ascenso del F-6 (1936) y En
la frontera (1938). En 1935, se casó con Erika Mann para proporcionarle
un pasaporte británico y ayudarla así a escapar de la Alemania nazi. Su
pareja de toda la vida fue sin embargo Chester Kallman, a quien conoció
en Estados Unidos. En 1937, colaboró con los republicanos en la Guerra
Civil española, conduciendo una ambulancia. Ese mismo año recibió la
medalla de Oro del Rey a la poesía, máximo galardón en su país. Tras
viajar a Islandia y China -en compañía de MacNeice e Isherwood
respectivamente- escribió Carta desde Islandia (1937) y Viaje a una
guerra (1939).
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